martes, 7 de agosto de 2012

El hombre y el mosquito


El Hombre y El Mosquito


De repente para de escribir sobre el teclado y se queda quieto, en silencio, sus ojos bien abiertos miran la pared fijamente, se concentra en lo que escucha no en lo que ve, más allá de su mirada hay un sonido que acaba de pasar de largo por su cabeza, cerca de su oreja deteniendo todo su mundo, creando una grieta en esa habitación.

Se levanta lentamente sin hacer ruido, la vista sigue el sonido, sonido que penetra en sus oídos y le corta la respiración. Parado, en medio de la habitación comienza a ponerse nervioso, le oye pero no le ve hasta que un imperceptible movimiento es captado por su ojo derecho y dirige la mirada directamente hacia su presa. El mosquito está ahí con su danza hipnótica e irregular. Lanza rápidamente las manos y da una palmada. Le ha matado. ¿Si? Abre las manos y nada, ahí no está el mosquito.

─ ¿Le habré matado?

El silencio se apodera de la habitación, aguanta la respiración y nada, no se escucha nada, vuelve a su cómoda silla blanca y se sienta sin estar completamente relajado, sabe que puede haberle matado pero no confía en su suerte. Sigue escribiendo.

Otro ruido. ¿Será el mosquito? ¿El mismo? ¿Uno diferente?

Vuelta a la misma rutina. Silencio, se levanta, observa, él es el cazador, el mosquito es la  presa molesta. Le ha costado mucho vivir solo, con la paz que añoraba como para ser molestado por tan infame insecto. A él le gusta la calma, las cosas a su tiempo, el silencio, no le gustan las mascotas, ni los vecinos, ni la gente, él no tiene que soportar el asedio que hace ese mosquito sobre su cuerpo. Le es molesto su ruido, su presencia, ese temor invisible a que de alguna forma se pose en su cuerpo y sin que se entere invada su espacio y atraviese su piel, esa situación le perturba y por eso sigue observando con los oídos bien abiertos.

Camina de un lado a otro de la habitación sin encontrarlo, sin dar con él, comienza a ponerse nervioso, suda, la respiración comienza a ser acelerada. Es ridículo, lo sabe, es un simple mosquito, pero no puede evitarlo, así no puede trabajar, así no puede dormir. Se queda vigilando.

─ ¿Dónde estás? Necesito concentrarme.

Mira de un lado a otro nervioso, sabe que así es prácticamente imposible verlo pero está desesperado. El techo, las paredes, junto a la  lámpara, pero no está en ningún sitio aunque le sigue oyendo. Las manos le sudan y los ojos se le van a salir de sus órbitas, tiene que acabar con él aunque le cueste toda la noche.  

Se dirige a la cocina sigilosamente, no quiere que el mosquito se entere de sus intenciones, camina lento pero directo al armario bajo el fregadero, allí esconde su arma mortal, el insecticida, lo coge y vuelve con el mismo cuidado hacia la habitación. Aprieta el botón del insecticida y comienza a llenarlo todo de una niebla tóxica pero a él le da igual, sigue dentro de la habitación, es un bunker cerrado a cal y canto, un rincón de exterminio y por eso no se va, quiere verlo morir o no se creerá que está muerto. Tose, le pican los ojos pero sigue mirando en todas las direcciones, ya no escucha nada, igual el insecticida hizo su trabajo. Respira hondo, se encuentra un poco mareado y se vuelve a la silla de trabajo, igual le da tiempo a escribir un poco más. Se sienta, acerca el teclado a sus manos y ahí está, posado sobre la letra P, el piensa que le mira, e incluso se siente provocado, humillado por el mosquito. Coge la zapatilla y asesta un primer golpe fuerte que hace saltar varias teclas del teclado, sin embargo el mosquito ha emprendido el vuelo y ha rozado su nariz en la huida.
Tras él, comienza a dar zapatillazos al aire, está fuera de sí, no piensa, ni respira, las lágrimas casi brotan de sus ojos por la impotencia. En su loco ataque comienza a tirar las cosas sobre las estanterías, de la biblioteca, los libros caen, la lámpara, fotos, recuerdos, pero él sigue sin flaquear dando zapatillazos allá donde no hay nada con todas sus fuerzas.

La habitación parece una escena de guerra, la lucha del hombre y el mosquito, de repente se para y se siente ridículo, tanto revuelo por tan insignificante contrincante. Se siente y abatido lo da por perdido. Las lágrimas comienzas a brotar de sus ojos, no entiende la reacción que ha tenido. Cuando se tranquiliza acerca de  nuevo el teclado a sus manos y de repente le vuelve a oír, le siente cerca, se queda parado y se hace  prometer que no volverá a ir tras él, pero el mosquito se posa sobre su rostro, no sabe qué hacer, le puede hasta ver si baja mucho el ojo. En un acto reflejo y con mucha fuerza dirige su palma derecha y tras un gran tortazo que le hace sentirse aún más estúpido puede ver el mosquito caer sobre el escritorio, muerto, vencido.

Extraño observa ese minúsculo y feo insecto patas arriba sobre su escritorio y le invade una tremenda sensación de soledad, hasta ese momento fue su compañero, su única compañía y ahora no sabe qué hacer. 

Le deja muerto sobre la madera y comienza a recoger, anhelando en secreto la presencia de otro ser, aunque sea molesto. 




Julio Muñoz 

1 comentarios:

  1. Asi, tal cual describiste mi locura contra los mosquitos. ¡Buenisimo Julio!

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