martes, 30 de julio de 2013

Edipo

Edipo y la esfinge de Gustave Moreau.


Edipo se besó, labio pide a dama mala.

Ama mal aroma, no callé.

 

A Edipo leí claro, mal amó geno, nota flor:

Ama, ama musa, ama mal aroma Edipo.

Pide amor a la mamá, ¡a su mamá!

 

Amar olfato no negó, mal amor al cielo,

pide a ella con amor, a la mamá.

A la mamada Edipo iba, lo sé, beso pide.
 
Por Pepe Aguilar Alcántara
@PepeAA

Esperar...



Abrí el baúl de los recuerdos, mi propia caja de Pandora; se escaparon todos los otoños que guardaba celosamente junto a un corazón remendado; roto y decadente.

El viento de los suspiros escondidos me despeinó la memoria mezclando sombras y arcoíris. Me senté el la alfombra del parque, me subí en los columpios de mi infancia; rotos y decadentes.

La foto de aquella pequeña con esperanzas de convertirse en una mujer, sigue esperando de algún modo, que caiga una oportunidad del cielo. Se siente descolorida: rota y decadente.

Un niña que miraba al futuro tal y como yo miro al camino recorrido, preguntándome si me encontraré algún día. Ahora soy una sombra más en este parque. Un juguete roto y decadente.


Ester Sinatxe.

No me apagues el cielo.

Hoy vuelo, ya no puedo caminar, ya no quiero.
Y tanto vuelo incierto solo tiene un deseo.
Que tus manos sigan apretando las mías.
Que tu cielo, siga abierto.

Que no me cierren las puertas tus ojos,
porque cuando tus pestañas se cierran, tengo miedo.
Tengo miedo del eco.
Del que queda cuando tu voz permanece en silencio.

Que no me cierren las ventanas tus ojos,
aún quiero seguir disfrutando del color de tus cielos.
Porque cuando te miro, ya no miro tus ojos,
solo el sube y baja del rugir de tu pecho.

Me distrae la preocupación y me atrapa este miedo.

Y no quiero que me abrace el silencio,
porque entonces todas las lágrimas me caen de golpe
y en seco.
No quiero, no quiero ser voz que se quiebra
cuando tú estás durmiendo.

Por eso, no me cierres el cielo,
que sin tus ojos buscando los míos yo toco el infierno.
Y no quiero, morder el polvo de cada aguja que se clava en mi pecho
No puedo, porque esta sonrisa cansada es la que esperan tus ojos abiertos.


Te quiero, por favor, no me apagues el cielo.


Silvia Carbonell L.










En la marina

Microcuentos


Él puso las letras, ella puso el café, y la lluvia tan oportuna como siempre, se puso sola.
#MicroCuento

Ella lo dejó. Él envió sus letras a buscarla. Ella ahora vive con las letras. Pero jamas regresó. #MicroCuento


Y entonces la puerta miró fijamente al cobarde, mientras le decía molesta: ¿Para qué me tocas si lo haces con miedo? #MicroVerdad


Por aquí ya pasé dijo el recuerdo, mientras encendía un cigarrillo. Dímelo a mí, exclamo el tabaco, mientras se hacía humo. #MicroCuento



Y entonces la boca se acercó al café, coqueta, llena de nervios, sólo para decirle que no le importaba quemarse un poco más. #MicroCuento


-¿Dónde viven los monstruos?, preguntó inquieto el pequeño. -En el corazón de la gente que no escribe. Contesto el abuelo #MicroFabula


Ever

La fiera que huyó


Zorra, perra, vaca y cerda eran los animales que él le lanzaba al alma para obnubilársela y que olvidase quién era ella realmente. Se miraba al espejo y sólo veía hocicos y pezuñas. ¿Cómo iba a presentarse al mundo con ese aspecto de híbrida bestia?

Pero un día tuvo una idea. Madrugó antes de que él despertara a esas fieras inyectándose alcohol en la sangre y se las tirara de nuevo a la autoestima. Y teniéndolas así, mansitas, le cogió la astucia a la zorra, el olfato a la perra, la eficiencia a la vaca y la resistencia a la cerda, y revistiéndose de esas virtudes se reconstruyó a sí misma, y se largó.

@carmenmedsarm
Carmen Medina Sarmiento

Cosas de niños



En cada una de sus sonrisas mi niña interna se deleitaba,
imaginando los mil y un juegos que podíamos tener,
era una delicia pasar tiempo con él.
Así era el tiempo que pasábamos juntos,
entre risas y sueños, entre anhelos y juegos,
pero el tiempo pasó y no supe cuándo ni cómo,
en adulto se volvió, olvidó la complicidad de nuestras miradas,
nuestras inocentes bromas ahora le molestaban,
encontró “aburrido” el acostarnos a ver qué paisajes nos regalaba el cielo.
“los juegos son de niños” me decía,
mientras de él se apoderaba la monotonía de la vida;
tras la última sonrisa que le dediqué escondí una lágrima,
no por el adulto que se alejó, sino por el niño que en el olvido quedó.

Camille

Amar tu trama


Amar tal aroma es reconocerse ateo,
pero soñá de la seria soledad:
es amor a oírnos arte, libros.

O nutro, poeta letra usa.
Súmala: sin aroma recen a mal.
Asómala sola a diva de letra.
Usa, soné; pare la brevedad a nada.

Su arte le da danza, paz,
nada de letra usada,
nada de verbal era penosa.
Su arte le da vida a los álamos,
al amanecer, amor, anís a la musa.

Su arte late oportuno.
Sorbí letra, sonrío aroma:
Seda de los aires aledaños.

Ore,  poeta, es reconocerse amor a la trama.

René Valdés
@Renealonzo

Dona sentimientos


La lectura, para quien la inicia voluntariamente, marca un antes y un después en su vida. Yo, como lectora empedernida desde que era niña no puedo más que aconsejarla como desahogo, escapatoria, afición, y cualquier calificativo que haga referencia a la liberación del alma.
Durante un tiempo fui recogiendo títulos y autores en mis estanterías.  Pasados unos años, el verbo recoger fue sustituido por apilar para actualmente pasar a esconder. Para explicarme mejor, con esconder me refiero a libros metidos en cajas debajo de la cama e incluso en el armario, todo esto, para poder tener un pequeño espacio vital en mi habitación.
Hace unos días, me puse a ojear esos títulos que tenía en el olvido. Repasé notas al margen y palabras con su significado escrito en la letra ilegible de una niña de doce años, para darme cuenta así de que esas buenas costumbres quedaron donde esos libros, en cajas escondidas.
Pasó un rato hasta que sentí que esos libros ya no me pertenecían. Eran historias que me habían hecho vivir momentos mágicos e inolvidables con cada uno de sus personajes y en cada una de sus páginas pero cada historia tiene su momento, cada personaje una edad, y cada situación un momento en tu vida. Sin pensarlo dos veces, hice una recopilación de aquellos que más me había marcado en mi niñez y adolescencia.
Aparecieron títulos como “Algún día cuando pueda llevarte a Varsovia”  de Lorenzo Silva, el cual me hizo comprender a la difícil edad de quince años que no todos los adolescentes gozamos de la misma suerte en la vida. No quedando satisfecha con este y ávida de más no tardé ni quince días en hacerme con el siguiente libro de la saga (datos que sé por mis anotaciones en dichos libros), “La lluvia de París”, que me teletransportó a una ciudad maravillosa que no conocía y aún hoy no conozco, pero que gracias a Lorenzo Silva la tengo en mi mente como si la hubiese recorrido día tras día junto a su protagonista.
Así, durante más de una hora, logré reunir una veintena de libros, y sin pensarlo dos veces (para no arrepentirme), los metí en bolsas y me dirigí a la biblioteca pública más cercana para hacer mi pequeña aportación. Creo que aunque tuve que hacer un gran esfuerzo, posteriormente me sentí satisfecha.  
El saber que aquellos libros que lograron hacerme comprender, sonreír, llorar e incluso aleccionarme en el arduo camino de la vida podrán hacerlo con otras personas, me produce una satisfacción más que compensatoria.
Por eso insto a todos a “reciclar” sus libros, a donar sentimientos, sonrisas, lágrimas y lecciones de vida, porque no hay mejor recuerdo que la amistad de un libro, corta pero intensa.

María José Marín
@giraldez1987

Tu libro de poemas



YULL PRIETO URBINA

Corazones rotos

Corazones rotos


Cansada de llorar se había quedado dormida, con su pecho buscando consuelo contra la almohada y su brazo estirado intentando calentar al fantasma en el lado vacío de la cama.
En el décimo ladrido del teléfono estaba alerta y tan inquieta como si estuvieran aporreando la puerta de entrada, en la pantalla electrónica identificó el número de teléfono y sintió una navaja apuntando a su vientre.

—Bueno, dijo su voz contraída.
Nadie le respondió del otro lado de la línea, solo se escuchaba la voz aguardentosa de Sabina; con una canción que reconoció de inmediato, como si fuera la marcha de los condenados, “Y morirme contigo si te matas y matarme contigo si te mueres”. La navaja presionó contra su estómago, clavándole apenas la punta filosa. El sonido de un vaso de cristal contra una botella y el humo exhalado de un cigarrillo le confirmaron sus sospechas. Está borracho y muy mal. Dios mío, pensó ella.

— ¿Estás bien, Julián? se aventuró a decir.
— No, sin ti nunca puedo estar bien, dijo una voz lastimosa de hombre.
— ¿Cuánto has bebido? le preguntó Mariana, aunque su tono de voz ya le había estimado que varias botellas.
—Lo suficiente para saber que no te merezco, le respondió con un sollozo infantil.
— ¿Qué hiciste, amor? No me digas que te has hecho daño; le preguntó al oírlo sollozar, mientras la punta de la navaja se movió horizontalmente allá abajo, aunque el dolor lo sintió en el pecho.
— Solo me castigué por hacerte sufrir dijo Julián, en un murmullo sin amenazas.

Con horror; recordó la primera vez que encontró en el brazo de Julián decenas de pequeños cortes a medio cicatrizar que se había auto-infligido al día siguiente de su primera confrontación. Había hecho lo que toda mujer haría en su lugar, lo había abrazado y consolado, había arrojado en el piso la indignación de sentirse celada y ofendida sin razón, para llenarlo de besos y asegurarle entre sollozos que lo amaba y no había nada en el mundo que pudiera inducirlo a creer lo contrario. Si Mariana esperaba que se desplomara en sus brazos, que todo fuera miel y dicha a partir de esa declaración de amor, esa idea murió a los pocos instantes de sentir las manos de Julián separándola con brusquedad.

Sus lágrimas se quedaron a medio camino de sus mejillas al ver la mirada de furia con que la observaba. Como un camaleón que transmuta para protegerse de los depredadores; así cambió su actitud en segundos, sistemáticamente la hirió con el desdén de sus ademanes y una frialdad en sus palabras que le desconocía. Negó haberse cortado por ella y le dijo que no necesitaba un amor pintado de lástima. La arrinconó con su ironía, la hizo pedazos atacando sus debilidades, cuando Mariana lloraba silenciosamente, como animal herido, la abrazó con ternura, le pidió perdón por ser un canalla y le hizo el amor como nunca se lo había hecho. La hizo olvidar con besos los malos ratos, con los labios le secó las lágrimas y con sus ganas pegó las grietas en sus entrañas. Cuando abandonó su casa, la dejó más enamorada, confundida y atrapada que nunca.

—Me prometiste que no volverías a hacerlo, le recordó con un hilo de voz.
—No puedo evitarlo, cuando siento que te estoy perdiendo, tomo lo que sea y hago un corte por cada vez que te pido perdón, le respondió lloroso y fundido.
—Te amo; no te dejaré solo, pero necesitas ayuda y vamos a buscarla, dijo acompañándolo en la lluvia salada.
— ¿Quién me va a sacar esta podredumbre del alma? le acotó; solo muerto se sale.

La navaja se hundió dos centímetros en los nervios hechos bola en la cintura de Mariana, temió que Julián cometiera una estupidez mayor. Se maldijo por haberlo dejado solo, por no ser tan fuerte como quisiera y por la sensación de inutilidad con una línea telefónica de por medio. Lo sintió más perdido que nunca y quiso correr hasta donde estaba Julián. Seguramente estaría en la oficina, entre colillas de cigarro amarillentas, con una nube de humo y destrucción sobre su cabeza. En alguna parte de la ciudad; otra mujer estaría preguntándose también en dónde estaba su marido o quizá, lo pensaría trabajando, honrando el voto nupcial de llevar el pan a la casa. ¿Por qué tenía que haberse enamorado de un hombre tan complicado y con una vida hecha?

No era su responsabilidad cuidar del camaleón tóxico y sin embargo; se sentía culpable de su estado. ¡Maldita sea! se dijo, no soy culpable de nada, yo no he hecho otra cosa que quererlo y eso no es para merecer sus llamadas sorpresivas para saber dónde estoy y con quién estoy, ni tengo por qué probarle cada cosa que le digo. Qué vergüenza que me pida que le pase al teléfono a mis amigas para estar seguro que estoy con ellas, como si fuera una niñita o que deba mandarle imágenes de mis pláticas en el chat con X o Y.

¿Con qué derecho se cree para prohibirme la amistad y el trato con tal o cual amigo? ¿Por qué le voy a soportar que me trate como una cualquiera y sus prácticas aberrantes en la cama para castigarme por falsos pecados?

—Ya no quiero vivir; escuchó en el celular interrumpiendo todas sus quejas mentales y olvidándose de todo que no fuera lo inmediato.
— ¡Julián, no digas eso! le rogó Mariana.
—Querías alejarte de mí y te voy a ayudar a cumplirlo, le dijo terminando llamada y empujando con esa frase el filo de la navaja en las entrañas de Mariana.

Lo que siguió después fue como verse en una serie de televisión en Off, se veía a si misma llamando repetidas veces al celular de Julián y al teléfono de la oficina sin recibir respuesta. Desesperada; imaginándolo en un charco de sangre, con la mirada perdida y el corazón apagándose. Estaba tan lejos de él, tan malditamente inservible para ayudar al hombre al que, a pesar de todo, amaba. Tomó el teléfono y marcó a su mejor amiga y vecina de Julián.

— ¿Bueno, quién llama? le respondió la voz somnolienta y rasposa de Mónica.
— Soy yo, Mariana, necesito tu ayuda de inmediato, dijo de forma directa a su adormilada amiga.
— ¿Qué pasa, te hizo algo el estúpido de Julián?
Mónica estaba al tanto de cada detalle tortuoso de ese amorío y se sentía culpable de haberlos presentado, de no haber podido impedir que su mejor amiga y su vecino se enrollaran juntos. Se lo había advertido a Mariana.

—Julián está podrido. Solo vas a recibir besos amargos y dolores en el alma.

Pero Mariana no le hizo caso, se enamoró del camaleón, creyó en sus colores vistosos, sus galanteos, sus momentos poéticos, de sus formas dulces y también de la vorágine sexual que se desataba entre ellos en cada encuentro. Mónica sabía de las escenas de celos, de los maltratos físicos y sicológicos a su amiga. Juntas habían exprimido todos los detalles de cada pelea, habían buscado explicaciones y soluciones hasta el amanecer, hasta quedarse sin cigarros, hasta terminar llorando juntas y cantando con Chávela Vargas o José Alfredo Jiménez de fondo, con café, chocolate o vino tinto como humectantes para la garganta y los recuerdos. Estaba acostumbrada también a que Mariana la despertara a media madrugada, para compartirle el insomnio y consolarla sobre la última hazaña del camaleón.

—Julián se va a matar; le afirmó sin más ni más, me lo acaba de decir en el celular. Ayer terminamos y hace una hora me llamó borracho y en muy mal estado emocional. He tratado de ayudarlo, pero ya sabes que no es fácil, ni tampoco coopera en nada.
—Cálmate, amiga, la consoló. Perro que ladra no muerde.
—Sabes bien que es un perro rabioso y es capaz de hacerse mucho daño si considera en su forma enferma que con eso arregla algo, le confió con las lágrimas corriéndole por las mejillas. Ya no sentía el dolor en el vientre, la navaja hundida hasta el fondo le desgarraba el corazón.
— ¿Qué quieres hacer? preguntó, Mónica. ¿Le hablo a su mujer? aventuró, pensando en una salida fácil.
— ¡No, claro que no podemos hacer eso! resonó un tanto más elevada la voz de Mariana. Ve a su oficina; sácalo de ahí, llévalo a un médico u hospital. Si yo estuviera en la ciudad es lo que haría de inmediato.
— ¡Ay, amiga! exhaló Mónica resignada.

La hora que pasó antes de recibir la llamada de Mónica, se le hizo eterna a una Mariana con el pecho malherido y la mente casi en coma de tanto pensar e imaginar mil cosas. Cada vez que pensaba en llamar a su amiga, se obligaba a detenerse y esperar un poco más, a sabiendas que en cuanto pudiera, Mónica le regresaría la llamada. Angustiada había encendido un cigarrillo tras otro. Dejó de llorar y las sábanas arrugadas en sus pies eran víctimas silenciosas de sus nervios y preocupaciones. Su celular empezó a vibrar y antes que se escuchara el timbre contestó la llamada que más había esperado en su vida.

—Julián se cortó las venas, dijo Mónica, confirmando todos sus temores.
— ¿Está…? dijo Mariana, sin terminar la frase.
—No, llegamos a tiempo; respondió la voz del otro lado del teléfono. Va a estar bien, lo hemos traído a una clínica de confianza. Tan pronto se recupere, recibirá ayuda psicológica. Tranquilízate, hiciste todo lo que estaba en tus manos y no es culpa tuya los tornillos barridos en su cabeza.
—Mil Gracias, corazón; le expresó Mónica, soltando un largo suspiro.

Esa madrugada durmió hasta casi el mediodía, al despertar, su primer impulso fue llamar para conocer el estado de su camaleón.



La otra tú en la gasolinera

La otra tú en la gasolinera

Los observé a ambos en mi camino a la caja de pago. Para entonces, tu novio-marido ya casi estaba terminando de cargar gasolina, callado e inmerso en ese mundo silencioso al que pertenecen muchos hombres como él. En cambio tú, te volaban las palabras a través de los dedos y se te salían las emociones por las ventanas del alma. De vuelta a mi coche, tu mirada y la mía se encontraron por un instante, tú no supiste que ese hombre que escudriñaba tu cara buscándote pecas o lunares era yo, no imaginaste que miraba la pantalla de tu celular buscando los rizos negros de mi avatar y que sonreía para adentro al imaginar todo esto que ahora te escribo y que por paradoja del tiempo virtual, también ahora lees.

Yo supe de inmediato que eras tú, por tu sonrisa privada y coqueta, por la forma que estabas conmigo sin importar de quién estuvieras acompañada. Supe que eras tú, porque casi podía estirar mi mano y tocarte desde la pantalla de tu teléfono móvil y sentirte acá en la tibieza de una mano escritora que le decía hola y adiós a la otra tú.

La manguera empezó a transferir la gasolina de un refugio a otro, haciendo que mirara hacia ella. Tu novio regresó a ocupar su lugar tras el volante y encendió la marcha sin voltear a verte siquiera. Arrancó en segundos, pasando lentamente a un lado de mí y pensando quién sabe en qué. Yo, embelesado de nuevo, te observé tecleando y riendo, estabas ahí a solo treinta centímetros de distancia de tu compañero, pero en realidad estabas conmigo, a solo unos miles de kilómetros de distancia y de un “Te Amo” virtual, pero tan real como esas risas tuyas que pude grabarme en la memoria antes de perderte de vista.

La otra tú se marchó; unos momentos después, lo mismo hice yo. Tan pronto se movieron las llantas de mi automóvil empecé a escribirte en mi mente este relato que ahora lees. Ahora yo estoy, a solo unos miles de kilómetros de distancia de ti, leyéndolo también y sonriéndote tal como tú, la verdadera tú, me sonríes de vuelta.